domingo, 14 de marzo de 2010

Domingo por la tarde

Nos toca vivir una época en la que los cambios son vertiginosos, drásticos y profundos en algunas ocasiones. Estos afectan desde cuestiones banales hasta las que marcan una vida o deciden un rumbo.
Y dentro de esta vorágine, nos encontramos los de nuestra generación, los que no pertenecemos a los jóvenes pero tampoco a "los viejos". Los que crecimos influenciados por las madres en el hogar, los padres trabajando afuera y los abuelos partícipes y generadores de la " famiglia tutti insieme" (familia unida); los chicos con tardes de amigos, deberes, de compartir "la leche" y del jugar despacitos a la hora de la siesta, tambien los de jugar sentados en la vereda, los que jamás cerraban la puerta de entrada del hogar e iban tranquilamente tomados de la mano de su mejor amigo al almacén de la esquina a comprar caramelos.
Y de pronto: crecimos.
Sintiéndonos inmersos en un mundo donde las palabras: despedida, estudio, trabajo, deber, responsabilidad, hijos, esposo, casa, dinero, adulto; eran moneda corriente pasando a dirigir nuestras acciones y, por lo tanto, nuestras vidas.
Y los cambios fueron tantos y tan rápidos, que cuando muchos nos detuvimos a respirar, a tomar aire, nos hallamos perdidos en nuestras propias historias, sin reconocernos.
Y detenerse fue bueno.
Algunos tuvimos la suerte de redescubrir aquellas pequeñas grandes cosas que nos hace felices, por lo menos contentos y receptivos a todo lo bueno por venir.
Pero esos descubrimientos junto al ritmo de la vida actual, nos lleva a sentirnos confundidos, a dudar sobre cual es el camino a seguir. En muchos casos, se siente la angustia y el miedo asomándose a los ojos de quienes miramos. Se percibe el desconcierto y la búsqueda constante y permanente que nos lleva a perseguir las cosas y personas que creemos (¿creemos?) nos harán sentir bien, aprendiendo de todas las formas posibles, trucos y tretas, que nos permitan ir acomodándonos en este camino de la conquista de nosotros mismos.
Y, en este vértigo que nos marea y nos lleva de una lado para el otro, surgen sonrisas que animan, brazos que se extienden y abrazan, manos que acarician, miradas repletas de ternura, voces que reconfortan y risas compartidas.
Y está bueno.
Y hacen que el camino sea más suave.
Y nos hacen sentir vivos.
Que no es poca cosa.

1 comentario:

  1. Ernesto Sábato, en su libro "La Resistencia" cita a F. Hôdelrin: "El hermoso consuelo de encontrar el mundo en un alma, de abrazar a mi especie en una criatura amiga".
    Mati

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